viernes, 12 de octubre de 2007

Usar rouge

Desde que tengo uso de razón tengo rechazo por los lápices de labios. No por ellos en si mismos sino por lo mugrientos que me resultan. Sería una mentirosa si dijera que una mujer bien maquillada no es elegante, pero recuerdo haberle dicho varias veces a mamá que yo nunca me iba a pintar los labios a lo cual respondía “vas a ver que te va a gustar”. No lo cumplí, es cierto, aunque solo lo hago para alguna ocasión especial.
Me muero de asco cuando veo los vasos o tazas sucias con rouge, es algo que me revuelve el estómago. Me ha sucedido que en algún restaurante u hotel me dieran alguno con manchas fucsias o rojas con lo cual automáticamente se me fueran las ganas de beber algo. Ni hablar de aquella mujer que lavaba los vasitos descartables en la oficina y los volvía a poner para su uso. Desagradable sorpresa era sacar un vasito y ver la roña que no había sido removida correctamente.
Tampoco me gusta usar un rouge ajeno. Cuando éramos adolescentes era común que nos maquilláramos juntas y algunas se los prestaban. No era mi caso. Ver esas cosas todas deformadas, refregándose por diferentes bocas y acumulando cosas raras me resultaba repulsivo.
Ahora tengo varios y de diferentes texturas y colores. Si voy a un casamiento llevo uno en la carterita porque a la hora de tomar y comer me tengo que limpiar los labios, no soporto que se pegoteen o se manchen las servilletas y vasos. Y menos de color rojo.

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